







No es un cuento de hadas: es un estudio de poder y delicadeza. Las flores crecen a escala monumental y la figura humana se vuelve arquitectura botánica: tul como corola, iridiscencias como rocío, volúmenes que brotan. La luz recorta en negro —barroca— para que el color respire: rosas lechosos, violetas húmedos, destellos perla. No hay ornamento gratuito: cada textura construye un reino. La protagonista no posa: gobierna. Si inclina la cabeza, escucha a su corte vegetal; si se eleva, es decreto. Titania no seduce: legisla lo luminoso. El jardín no es fondo, es personaje; la naturaleza no acompaña, habla. Entre noche y amanecer, el cuerpo funciona como bisagra entre lo humano y lo mítico. La intención es doble: celebrar lo efímero —el instante en que la flor se abre— y afirmar lo perenne —la imaginación como territorio. Moda aquí significa cuidado: drapear, ensamblar, custodiar. Cada cristal funciona como polen, cada capa de tul, como pétalo que protege un centro vivo. Titania’s Garden propone una feminidad soberana donde la suavidad es estrategia y la belleza, jurisdicción.